martes, 26 de agosto de 2008
¡ MORRONGO, MORRONGO!
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http://www.geocities.com/literaturas2003/morrongo.htm
¡ MORRONGO, MORRONGO!
Nando, acababa de hacer un gran descubrimiento, cerca de la fuente de su huerto: una camada de gatos salvajes, recién nacidos. Una gran gata blanca había escondido, en un agujero, al lado del manantial, a sus cuatro crías: dos mininos negros y otros dos, blancos.
Aún tenían los ojos cerrados y se pasaban las horas durmiendo y mamando, mamando y durmiendo.
La gran gata blanca, pronto se dio cuenta que Nando había descubierto su escondrijo, así es que, una noche muy oscura, se los llevó, a otro lugar más lejano y escondido.
Nando, al no encontrarlos, se mostró muy preocupado:
—¿Dónde se habrán metido? ¿les habrá ocurrido algo? ¡Con lo bien que estaban aquí!
Al cabo de un par de días, sin pistas sobre su paradero, Nando, decidió seguir a la gata, sigilosamente; pero, ser más silencioso que un gato, es lo más difícil del mundo, así es que no era nada de extrañar que lo despistase una y otra vez.
Tras una semana de infructuosos esfuerzos para tratar de hallar el escondite, decidió cambiar de estratagema y comenzó a darle de comer a la gran gata blanca.
Al principio, cuando le tiraba la comida, la gata huía. Aunque, cuando Nando se alejaba, volvía a buscar la comida para, inmediatamente después, marcharse corriendo.
Poco a poco, la gata, fue confiando en Nando hasta que un día, se atrevió a comer directamente de su mano; y a partir de entonces, la gata, empezó a ronronearle y arrimarse a su pierna, una y otra vez.
En pocos días más, se hicieron buenos amigos, y Nando, pudo comprobar lo inteligente que era: en cuanto hacía algo que no le gustaba, Nando, le chistaba: —¡Shsssst! — y la gata aprendía a no hacerlo más.
Cierto día, Nando le preguntó a la gata:
—Oye, ¡me llevas a ver a tus gatitos!
Y la gata, como si le hubiera entendido perfectamente la intención de Nando, comenzó a andar, despacio; incluso se paraba, de vez en cuando, para asegurarse que la seguía. Al llegar, debajo de un gran árbol, se detuvo, miró a Nando, maulló, y le indicó, con la cabeza, un bulto, cubierto de pequeñas hojas secas. Nando, se acercó muy cuidadosamente y destapó aquel bulto: y allí estaban los cuatro pequeñajos, durmiendo plácidamente. No los quiso despertar y se marchó silenciosamente.
Uno y otro día, iba a ver a sus michos y llevaba comida, a la madre gata, para que no le faltara leche con que alimentar a sus crías.
Al cabo de unos día más, llevó a su cahorro de perro: un pequeño malamute, de ojos grandes y gran cola, en forma de lazo, llamado Milou. La gata, cuando vio al perro, se puso en guardia, arqueando su espalda y erizando su pelo blanco. Al verla, tan enfadada, el pequeño perro, se fue corriendo, muerto de miedo.
Nando y su perro Milou, fueron una y otra vez a aquel escondite, hasta que la gata consintió en que el cachorro se acercara a sus pequeños.
Durante varias semanas, Nando y la gata, Milou y los pequeños michos, se fueron convirtiendo en buenos amigos. Era curioso, ver jugando, a un perro y cuatro gatos, persiguiéndose y revolcándose por el suelo, como si fueran amigos de toda la vida.
A medida que transcurría el tiempo, aquellos michos, se iban diferenciando más y más entre sí. De hecho, la primera diferencia que Nando observó era que: las dos negras eran gatas y, de los blancos, uno era micho y la otra micha. Había, por lo tanto, tres gatas y un solo gato.
Decidió ponerles nombre a todos: la madre sería la "Dama"; las hembritas negras: "Noche" y "Oscura"; a la gata blanca: "Luna"; y al macho blanco.... al machito blanco..... al gato blanquito... ¡Ya está!: ¡"Morrongo"!.
Morrongo, era el más confiado y cariñoso de todos y siempre iba detrás de Nando, revolcándose y colocándose con la panza arriba. para que le acariciara su tripilla.
Luna, era cariñosa y juguetona pero, también, la más despabilada y rápida en las carreras.
Oscura, tenía una vista de lince y su afán era cazar, todo lo que veía: mosquitos, mariposas...
Noche, era terriblemente desconfiada y siempre permanecía alejada de los demás.
Menuda colección de gatos, tenía Nando en su huerto. Menos mal que, su perro y los mininos, se habían hecho buenos amigos y no había peligro de peleas entre ellos.
Transcurridos dos meses, la Dama, madre de los gatos, se marchó una mañana y ya no volvió en muchas semanas: los pequeños gatos, apenas se dieron cuenta que estaban solos porque Nando los sabía cuidar muy bien, aunque el primer día sí que parecían muy extrañados y no cesaban de buscarla. Al día siguiente, ya estaban mejor y jugaban con Nando y Milou.
Pasaban los días y los gatos seguían cerca de Nando, jugando y correteando.
Una noche, Dama volvió pero, los pequeños gatos, ya casi no la conocían, al haberlos dejado tanto tiempo solos. Dama, aprendió rápidamente que, el cariño sólo se consigue manteniéndose constantemente al lado de los seres que más se quieren.
Una vecina, a la que no le gustaban los gatos, decidió envenenarlos y, con esa finalidad, les dejó unas bolitas de carne, con un fuerte veneno en el interior. La gatita Noche, la más desconfiada, fue la primera que vio aquella apetitosa carne pero, era tan desconfiada, que no quiso comérsela, aunque le apetecía sobremanera. Es más, se fue a buscar a Nando y le maulló, una y otra vez, hasta que consiguió que la siguiera para mostrarle lo que había en el suelo.
Nando, más confiado, pensó que, algún buen vecino, le daba de comer a sus gatos: Así es que los llamó a todos:
—¡Venid aquí! ¡que os han traído comida!
Cuando los gatos llegaron, se dispusieron a comer; pero, Noche, se puso a gruñir, como si la comida fuera suya, y Nando la riñó, sin darse cuenta que, la pequeña gatita, intentaba avisar a los demás para que no se fiaran de aquel sospechoso regalo. A pesar de las riñas de Nando, Noche, siguió gruñendo, para que sus hermanos no se acercaran a la carne.
Mientras ocurría esto, un pequeño pájaro, se posó sobre la carne y comenzó a picotearla pero, pronto se encontró mal, no quiso seguir comiendo más y se marchó. Entonces, todos, incluso Nando, se dieron cuenta que, aquella carne, estaba en malas condiciones y que, la tozuda Noche, no hacía más que avisarles, para protegerlos. Nando, cogió aquella carne y la tiró al cubo de la basura. Ese día, todos aprendieron que, es bueno confiar en los conocidos pero que, no se pueden aceptar regalos de cualquiera.
Al cabo de varios días, una noche que estaban durmiendo tranquilamente, Oscura se despertó sobresaltada: un extraño animal, había cruzado la verja del huerto y se mantenía agazapado, escondido tras unos matorrales, vigilándolos; miró de reojo y vio que se trataba de una zorra. Oscura, que era muy inteligente, pensó que, si salía corriendo, sus hermanos no tendrían tiempo de reaccionar y la zorra los cazaría; también pensó que, si empezaba a chillar pidiendo auxilio, despertaría a sus hermanos, y estarían tan asustados que, no sabrían qué hacer, ni hacia dónde correr y que alguno caería, en las fauces de aquella zorra intrusa.
¿Qué tenía que hacer, pues?
Casi sin moverse, despertó suavemente a Luna y le dijo en voz muy baja:
—¡Ojo, no te muevas que hay una zorra muy cerca, haz ver que sigues durmiendo y despierta a Noche y a Morrongo!. Cuando diga ¡ya!, nos iremos todos corriendo, a escondernos a la caseta de Milou.
Uno a uno, fueron despertándose, preparándose para salir corriendo. Oscura gritó con todas sus fuerzas:
¡Ya!
Y todos salieron corriendo, y la zorra detrás. Cuando llegaron a la caseta de Milou, el perro, ya se había despertado, con el grito de Oscura y estaba preparado para atacar a la zorra, si era preciso. Ladró dos veces para avisarla.
Cuando la zorra oyó y vio al perro, esperándola, frenó en seco, bajo la cola, dio media vuelta y se marchó a toda prisa. ¡Cómo iba a imaginarse, la pobre zorra, que aquellos indefensos gatos tenían como defensor a un perro tan fiero!
Aquella noche, aprendieron la trascendencia de estar atentos, usar la inteligencia y tener buenos amigos; y la importancia de no dejarse llevar por las primeras reacciones de miedo, porque pueden perjudicar a los demás.
Una mañana, muy temprano, salieron de la huerta, a pasear por una calle cercana: jugando y correteando, Morrongo, cruzó la calle sin mirar, en el mismo instante que pasaba un coche, a toda velocidad. Luna, se dio cuenta del peligro pero, sabía que no debía gritar ya que, si gritaba, su hermano Morrongo, podría pararse en mitad de la calle, para escucharle y aún sería peor, y más fácil que lo atropellaran. Así es que salió corriendo, todo lo que podía, y podía mucho porque era una gran deportista, saltó sobre él y lo empujó hasta la otra acera, con tan buena fortuna que, el coche, pasó sin tocarlos. Tuvieron suerte de que no les pasara nada, aparte del tremendo susto, de algunos rasguños y de la fuerte regañina, que Luna le pegó a su hermano, por cruzar una calle, sin mirar a ambos lados antes de pasar. Seguro que, después de todo aquello, Morrongo, iba a ser mucho más cuidadoso y vigilante.
Sin embargo, Morrongo, era demasiado confiado y no paraba de meterse en líos: un día, casi lo pisó Nando ya que no vio como se tumbaba delante de sus pies, mientras andaba. Si Nando no llega a dar un salto, le hubiera dado un tremendo pisotón, aunque si recibió, un pequeño cachete, para que otra vez se acordara de tener más cuidado.
Una tarde, vino un amiguete de Nando, con un perro muy parecido a Milou y Morrongo quiso ir a jugar con él: el pobre gato, no sabía que los perros eran sus enemigos naturales a pesar que, con Milou, era distinto, porque habían convivido juntos durante mucho tiempo.
Cuando el perro vio acercarse a Morrongo, dio un tremendo salto que sorprendió a su amo que lo soltó, asustado. El perro cogió a Morrongo por el lomo. Morrongo, estaba tan asustado que pensaba que se moría, y así hubiera sido si Milou no entra en acción y ataca al perro visitante, obligándole a soltar a Morrongo de inmediato.
Nando y su amigo fueron, rápidamente, a sujetar a sus perros para que no se hicieran daño pero, estaban tan enfadados que, era peligroso separarlos. Nando, que era muy listo, reaccionó enseguida: cogió la manguera de riego, abrió el agua y les envió un buen chorro de agua fría para que se calmaran y apartaran. Los perros, al sentir el agua tan fría, se separaron inmediatamente; momento que aprovecharon para atarlos y tranquilizarlos, acariciándoles el lomo.
Después, Nando llamó a Morrongo, pero no venía; todos, fueron en busca de Morrongo pero, no aparecía por ningún lugar. Al cabo de un rato, Milou ladró, y señaló con su hocico, hacia la caseta del agua. Nando se acercó y comprobó que Morrongo estaba allí escondido, muerto de miedo y sin atreverse ni a maullar: lo cogió, lo acarició y vio que tenía un poco de sangre en el cuello.
Enseguida, fue corriendo hasta casa y se lo dijo a su madre que llamó al veterinario.
El veterinario curó y vendó a Morrongo y le explicó a Nando:
—De buena se ha librado Morrongo: un segundo más y ya no lo habría contado. Espero que haya aprendido bien, la lección: ¡ni todos los animales, ni todas las personas, son iguales; aunque se parezcan!. Que Milou, no le haga daño a tu gato, no quiere decir que, otro perro, no lo ataque, aunque sea de su misma raza. ¡Lástima que las personas no fueran como Milou y Morrongo!¡tal vez así no habría enemistades ni guerras!
Nando, Milou, Morrongo y sus hermanas seguirían aprendiendo, a lo largo de sus vidas, nuevas lecciones. Experiencias que les daría la propia convivencia, día tras día, y de las que, todos, podrían aprender de los demás.
FIN
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