miércoles, 24 de septiembre de 2008

¡Todo!


Hoy lo supe todo, hoy lo ví todo. El mundo, los problemas, al pasado, el dolor, el odio, el sufrimiento; todo pareció tan insignificante este día, todo pareció tan nada, tan inexistente. La vida se vió tan simple hoy. Desapareció la mentira, la maldad, la hipocresía, la infamia... Hoy el mundo se detuvo por unas horas y pude respirar.

martes, 23 de septiembre de 2008

UNO DE USTEDES


UNO DE USTEDES
(Atoxxxico)

Ya no creo en la gente, nunca va a cambiar
Fui solo un inocente, entre la falsedad
Crei en ustedes, total ingenuidad
Voy sin esperanza, sin ganas de gritar.

Coro:

Nunca sere (uno de ustedes)
no me dejare llevar (menos pagar)
Afuera de este mar de mediocridad,
Hay 2 o 3 personas, humanas de verdad,
A buscar sin detenerse, que las he de encontrar
Ya que antes de irme, me tendran que asesinar.

Pensándo


A veces pienso (porque si lo hago, pero solo a veces) que la vida podría ser vida realmente. Me gustaría salir esta tarde y hecharme al sol toda la semana (bueno, en las noches goaría de la luna), olvidarme de toda presión, de toda preocupación. Dejar el pasado en el olvido. Hay gente que llega y se vá, la gente siempre llega y se vá. Nada es eterno, ni los buenos momentos...¡Ni tampoco los malos! Hay personas que llegan a nuestra vida con la misión de enseñarnos algo; cosas buenas, cosas malas. Pero nosotros nos aferramos con ciega avidez a esos maestros, sin entender que su misión con nosotros ya fué cumplida, que debemos dejarlos ir. Incluso a aquellos que solo nos mostraron el sufrimiento y la crueldad, incluso a esos se les agradece por su servicio y se les deja ir. Y a quienes solo entregaron bondad y alegría, dejarlos ir en bondad y alegría. Así hubiera aconsejado un buddha.

Hoy se acaba un día, hoy comienza otro. Hoy una vida es lo que es, pero no lo que fué y jamás lo que será.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Dos ojos y un espíritu


Si cada cabeza es un mundo, tus ojos son tu cielo. Un cielo inmenso, un cielo rojo con dos enormes soles obscuros. Un cielo infinito al que parece imposible llegar, a pesar de verse tan presente siempre y en todas partes; cielo omnipresente en dónde no mora Dios. Un cielo que hace palidecer a toda mixtificación del alma humana, un cielo con un espíritu. Dos ojos lejanos y un espíritu, dos ojos enmarcados por lo que es hoy y por hoy la carita mas hermosa del mundo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

EL GATO MORRONGO


Lo siento.... otro fusíl. Este es de http://www.ayeryhoysoria.com/luisi/luisi_cuentos/gato_morrongo.htm

La historia que voy a relatar, perteneció a un gato que decían tenia mucha suerte, no sé hasta que punto se le puede llamar suerte a todo lo que le sucedió, espero que seáis vosotros lectores los que juzguéis. Mi más sana intención es que, os guste y divierta.

Morrongo, así se llamaba el gato en cuestión, era muy afortunado; sus amos eran un matrimonio joven sin niños, esa fue la razón de que se encaprichasen de él y se lo comprasen. Era una monería de gato, tenia el pelo negro con un brillo precioso, los ojos azules claros tan transparentes que parecían de cristal su maullido era suave y muy quedo como si hablase, él al menos sé hacia comprender por sus amos, y por eso todos los mimos se los daban a él, procuraba no sacar las uñas, de esa forma sus patitas parecían de trapo.

Para dormir le pusieron una cesta con un cojín, tenía su cajón con tierra o aserrín para hacer sus necesidades, su cacharro para el agua y otro para la comida, le alimentaban con comida especial para su mejor nutrición, le llevaban juguetes tales como pelotitas, muñecos de goma para que jugase y se encontrase a gusto, de esa forma no rompía las cosas de sus amos, así y todo tenía debilidad por los hilos y los ovillos de lana que guardaba su ama en un cestito de costura. ¡Era tan simpático verle jugar con ellos! Que no le regañaban, al contrario se reían de la travesura: Le bañaban con un champú para gatos y lo cepillaban con un cepillo exclusivamente suyo, era su ama la que se encargaba de proporcionarle todas estas cosas para que el gato se sintiese a gusto y feliz: Y en efecto, era muy feliz.

Transcurrieron unos años en los cuales Morrongo se encontraba en el séptimo cielo, andaba por todos los sitios sintiéndose dueño y señor de la casa, era el punto de atención, se pavoneaba sinuosamente para que tanto su ama como su amo le hiciesen carantoñas, arrumacos y mimos, se solía poner entre los pies de sus amos para restregarse la cabeza en las piernas de ambos y así de esa forma no tenían más remedio que cogerle en brazos y acariciarle hasta que él quisiese, ya que cuando se cansaba de tanto manoseo con un suave pero enérgico movimiento se deshacía de los brazos de sus amos, dando un salto al suelo. Le compraron un collar en el que ponía su nombre, de esa forma todos los amigos que les visitaban podían leer como se llamaba el gato.

Como sus amos trabajaban los dos, él casi siempre se encontraba solo en casa, pero no le importaba en absoluto, de esa forma se sentía el rey pudiendo recorrerse y corretear por todos sus dominios, que era claro está - el piso - yendo de habitación en habitación husmeándolo todo y haciendo lo que le viniese en gana; que quería subirse a la cama y echarse una siestecita, se subía; que quería estar sentado en el sofá, lo hacía; que le apetecía subirse a la mesa del salón o a la televisión, pues también; lo que más le atraía era beber el agua que caía gota a gota del grifo en la pila de la cocina, solía alargar su pata y moverla de un lado a otro para que la gota de agua salpicase, eso le entretenía mucho y le divertía horrores; en una palabra que hacía lo que le salía de las bolinas. Eso sí en cuanto oía que metían la llave en la cerradura, se iba más que a escape a su cesta para hacerse el dormido y a sí comprobasen que era un gato bueno y responsable.

En el momento en que entraban sus amos al salón, él levantaba la cabeza fingiendo que le habían despertado, y saliendo de su cama estirándose perezosamente a cámara lenta, se ponía a morronguear alrededor de sus amos: Ellos pobres, se pensaban que era un alma de la caridad pero ¡Ya, ya! Hacía lo que le venía en gana: ¡Como no le veía nadie! se aprovechaba.

Una apacible noche de las muchas que transcurría junto a sus amos, él dormitando en su cesto como es natural y ellos en los sillones, como mandan los cánones, oyó decir a su amo:

- ¿Qué vamos hacer con él? - Preguntaba el hombre a la mujer:

- Ella respondió: - Cuando llegue el momento ya veremos.

Morrongo sin moverse de su cesta levantó una oreja, aquello de "hacer con él” le sonaba raro: Los humanos siempre han pensado y piensan que los animales no entienden su lenguaje, pero están muy equivocados, son ellos los que no entienden el lenguaje de los animales, aun cuando estos se hacen comprender por suaves movimientos, maullidos o ladridos depende del animal que sea; pero lo que sí es cierto es que los animales a ellos, sí los entienden perfectamente; fue por eso de “hacer con él” lo que le dejó muy mosqueado.

Cada día que pasaba, Morrongo encontraba a su ama más gorda, hasta el extremo de que apenas podía andar y menos agacharse; para hacer los quehaceres de la casa tuvo que venir una mujer -que por cierto era bastante gruñona- que no le dejaba quieto en ningún sitio; el pobre Morrongo se desesperaba, y eso que él con mucha astucia le hacía carantoñas, pero ella erre que erre de un manotazo lo mandaba en volandas a su cesto diciéndole -ése es tu sitio animal peludo- era lo más cariñoso que solía decirle: Pero no quedaba en eso la cosa, había más.

Por si fuese poco que la mujer le hiciese la vida imposible, se añadió su cambio de hábitos; oséase: El gato no podía dormir en el salón; así que le sacaron su cesto a la galería o balcón, que aun estando acristalado hacía un frío que pelaba y en verano un calor que achicharraba: Pero no quedaba ahí la cosa, su cajón, y sus cacharros de comer y beber, también fueron trasladados a un patio interior, la señora - su ama-, no podía ni debía aspirar los olores que despedían, ya que podrían ser malos para el futuro bebé.

Ya nadie hacía caso del pobre Morrongo; le ponía la comida y el agua aquella apisonadora que era la mujer de la limpieza, le pasaba el cepillo por el lomo como si estuviese fregando y sacando brillo a los suelos; aquello era un suplicio; en cuanto se descuidaba la mujer, daba un salto y se iba bufando, dando lastimosos maullidos. Pero a Morrongo lo que le martilleaba en su cabeza era eso del –futuro bebé- ¡Qué sería eso!

Pasaron unos días sin que sus amados amos apareciesen por casa, estaba tan apenado que no le apetecía hacer excursiones por las habitaciones, se sentía solo y triste.

Una tarde, que se encontraba en su nuevo y frío puesto, oyó que introducían la llave en la cerradura, se pensó que sería el monstruo del cepillo –la mujer de la limpieza- pero su asombro fue cuando oyó las voces de sus queridísimos amos.

Morrongo sin pensárselo dos veces, saltó del cesto y como había hecho en anteriores ocasiones se puso a dar suaves roces por entre las piernas de sus amos, pero con tan mala suerte que sin poderlo evitar se le enredaron los pies a su ama en él, viendo con espanto como se precipitaban, tanto su ama como el envoltorio que llevaba en sus brazos contra el suelo, Morrongo, al oír los gritos de su amo corrió como alma que lleva el diablo a esconderse debajo de una sillón, desde allí podía ver todo lo que estaba ocurriendo.

Observó que su ama estaba todo lo que era de larga en el suelo, manteniendo los brazos en alto, sosteniendo a su vez el paquete que estaba envuelto entre mantillas.

- ¿Qué sería aquello? Se preguntaba Morrongo sin poder evitar el temblor que le recorría todo su cuerpo.

Desde su punto de observación, vio como su amo corría solícito a levantar a su querida esposa, cogiendo a la vez aquel envoltorio que a él le traía “mosca”.

En ese momento empezaron los gritos de aquella odiosa mujer, (la limpiadora) que armada con una escoba, empezó a perseguirle corriendo por toda la casa; el pobre Morrongo no acertaba en donde poderse esconder.

Por fin escucho a su queridísimo amo, que con voz reconciliadora, decía a aquel energúmeno de mujer:

- Déjelo ya María, el gato lo ha hecho sin querer.

Pero la tal María seguía erre, que erre, hasta que por fin solicitaron su ayuda y no tuvo más remedio que dejar la persecución.

Aquella noche, Morrongo no se movió de su cesto, solo lo hizo bien entrada la noche, en el momento en que todos estaban dormidos; fue entonces cuando con movimientos de felino investigó todas las habitaciones: Entraba y salía sigilosamente, olfateándolo todo, había un olor que no reconocía, era nuevo, grato y bonito, pero nuevo. En ese momento oyó que se movía algo y a la vez gemía en un cesto más grande que el suyo y con ruedas, al instante su ama encendió una lamparilla que daba una luz muy tenue, fue en ese momento en el que Morrongo se marchó corriendo como alma que lleva el diablo en dirección a su cesto.

Una vez que llegó a su cesto, se hizo una rosquilla y fingió estar dormido por si alguien se le ocurría mirar haber lo que hacía. De esa forma transcurrió el resto de la noche.

A la mañana siguiente, su ama se sentó en un sillón con el paquete encima.

Él no hacía más que ponerse alrededor de su muy amada ama, con mucho

cuidado y sigilo para restregarse en sus pies, pero el monstruo de la tal María no le dejaba quieto.

- Señora, este peludo tiene que irse a su sitio mientras este dando de mamar al bebé -. Y ni corta ni perezosa le cogió con sus dos manazas que parecían tenazas, al rededor de su tripita, izándolo en volandas y lo llevó al cuarto de baño tirándolo contra el suelo como si fuese una pelota, menos mal que él era listo y cayó de pies, después cerró la puerta y allí se quedo encerrado el pobre Morrongo.

Pasó un buen rato que a Morrongo se le hizo eterno, pero ¡Al fin! le sacaron de ahí, gracias a que llegó su amo y necesitaba entrar, si no ¡Sabe Dios cuánto más le hubiesen dejado dentro!.

Él, por si acaso, salió corriendo patas para que os quiero, con tan mala fortuna que se desparramó y empezó a patinar con su tripita ya que las patas no le sostenían a causa de algo suave que había echado aquel monstruo de mujer en el suelo. Por fin después de muchas peripecias llegó a su cesto allí se quedó el resto de la mañana, sin moverse y menos atreverse a salir, tanto por si volvía a escurrirse, o le volvían a encerrarle en cualquier otro sitio.

En los días siguientes ocurría lo mismo, le dejaban recluido y hasta que no llegaba su amo con prisas para entrar en el cuarto de baño no le sacaban de su encierro y así una día, y otro, y otro: Aquello para él era un infierno.

Una noche en que todo estaba muy silencioso y tranquilo, se decidió a volver a investigar; silenciosamente entró en el dormitorio de sus amos y dando un salto muy sigiloso se subió a la cuna (de esa manera llamaban al cesto). Quería conocer al nuevo ser que le había destronado y por su culpa le estaban haciendo la vida imposible.

Aquella pequeña cosa parecía un muñeco. Al verle tan indefenso, su corazón de buen gato se enterneció, no dejó de reconocer que era muy bonito y toda su ira fue desapareciendo, ahora comprendía porque sus amos preferían al bebé. Se bajó de la cuna tan sigilosamente como se subió marchándose muy triste y apesadumbrado, no dejaba de repetirse en su interior qué sería de él en los días venideros. Se metió en su cesto y haciéndose una rosca se durmió, pasó el reto de la noche muy intranquilo.

Un día que debía ser domingo o fiesta, ya que su amo no salió a trabajar, después de comer su ama le dijo a su amo: - No debemos demorar más la situación, nos tenemos que deshacer de Morrongo -. El gato que oyó aquello le entró una tiritera que no valía sujetar el cuerpo ni los dientes.

Un poco cabizbajo su amo respondió: - Ya, ya lo sé, lo que pasa es que nadie quiere un gato, he preguntado a todos mis compañeros y amigos y nada, que no quieren animalitos de ninguna clase -.

Su ama volvió a insistir: - Sí, pero la cosa esta alargándose y no podemos continuar así -.

- Esperaremos unos días más, me da pena deshacerme de él - dijo su amo -. Ya pensaré la solución.

- Morrongo al escuchar aquello, se quedó algo más tranquilo, pero poco, pues más tarde o más temprano le darían el pasaporte ¡Qué iba a ser de él! ¡Pobre!.

Siguió en su cesto sin moverse, disimulando su miedo.

Pasaron varios días en los cuales todo seguía igual, sin ocurrir nada extraordinario; a cierta hora le encerraban en el cuarto de baño y salía cuando venía su amo –como siempre-. Pero he aquí que uno de esos días cerraron mal la puerta, no la encajaron bien. Morrongo que era un gato listo se dio cuenta, se acercó a ella y poniéndose sobre sus patas traseras, con la patas delanteras empezó a meterlas por la ranura que quedaba un poco abierta, tuvo que sacar las uñas, -nunca lo hacía pero en esos momentos era necesario- y ¡Por fin! enganchó la puerta y la entreabrió justo para poder pasar él y salir de su encierro: Se fue lo más deprisa posible para el salón, no había nadie excepto el cesto del bebé.

Morrongo quiso ver de nuevo al niño, se subió al cesto y se sentó encima de la criatura; cuando más ensimismado estaba contemplándola entró su ama y al verle encima de su niño empezó a dar gritos histéricos, él al oírla se tiró al suelo tan deprisa como pudo, con la mala suerte que se le enganchó una pata en la colcha, haciendo que se precipitase la cuna con niño y todo al suelo.- ¡La que se organizó fue minina!-.

El niño se puso a llorar, su ama también y por si fuera poco entró la “apisonadora” gritando y con la escoba en la mano, llamándole animal peludo, que le iba a romper el palo en las costillas.

¡Pobre Morrongo!. No sabía para donde tirar: Salió corriendo y como pudo se metió bajo el sofá, en ese sitio había poco espacio para poder meter la escoba, de todas formas introdujo el palo, pero así y todo no llegó a darle.

Cuando llegó su amo se lo contaron. Y como era natural tomó una decisión:

- De esta tarde no pasa- dijo.

Morrongo aun siendo listo como era, no supo qué quería decir su amo con aquellas palabras.

Pasó un buen rato hasta que se decidió salir de su refugio, ya no se oía ni gritos ni llantos, ni chillidos, con mucho sigilo y procurando no cruzarse con nadie, se dirigió a comer, pues con tanto ajetreo se le había abierto el apetito; al llegar al sitio donde normalmente le ponían su comida, vio con gran asombro su plato vacío ¡Qué horror! ¡Con el hambre que él tenía! : No tuvo más remedio que resignarse, se acercó al cacharro del agua y bebió hasta llenar su tripita. Una vez satisfecha su necesidad – a medias claro está – se dirigió a su cesto: Enseguida se quedó dormido profundamente: Entre sueños noto que le tapaban con algo, pero estaba tan a gusto y cómodo que se arrebujo más.

Sintió como le cogían en volandas y lo depositaban en otro sitio; al momento escuchó un ruido suave. ¡Era el motor del coche! ¡Adónde le llevaría! - se preguntaba el pobre Morrongo -. Él seguía quieto, sin mover un músculo de su cuerpo: Al cabo de un rato muy largo, que a Morrongo se le hizo una eternidad, cesó el ruido del motor y a su vez el coche paro.

Volvió a sentir la misma sensación de que le cogían en volandas y sin quitarle la manta de encima le dejaron en sitio firme. Él seguía sin moverse. Oyó cómo se ponía en marcha el motor e irse alejando el ruido.

Por fin se decidió a salir de su cesto. ¡Su amo, le había abandonado! ¡Qué haría él ahora! ¡Dónde iría! : Seguidamente lo vamos a saber.

Al verse solo, despistado y sin saber a donde ir, salió del cesto y empezó a caminar sin rumbo fijo. Se encontró con una pandilla de “encantadores niños” que le empezaron a tirar piedras, para ver si le daban. El pobre gato echó a correr como alma que lleva el diablo, hasta que los perdió de vista. Estuvo vagando durante no se sabe el tiempo, como no tenía que comer buscaba en todas las basuras que se encontraba a su paso, beber lo hacía en charcos o alrededor de las fuentes que se encontraba a su paso. Siempre temiendo que saliese un crío tirándole piedras, o con un palo para sacudirle en las costillas. Estuvo tanto tiempo sin comer bien y con fundamento, que se quedó casi en los huesos, apenas le sostenían las patas.

Un día en el que se encontraba muy cansado y débil, sin ganas de andar y menos de correr, se acurrucó entre un montón de cartones, de esa forma a demás de estar caliente no estaba muy a la vista de los “angelitos” que le propinaban tales palizas hasta dejarle baldado para unos cuantos días.

Morrongo vio con inquietud que se acercaba una niña, empezó a movérsele todo el cuerpo sin poderlo evitar ¡Qué tiritera!. Se agazapó más de lo que estaba sin ganas de echar a correr; tenía tal miedo que era incapaz de reaccionar.

La niña seguía acercándosele con los dedos juntos llamándole: Michino, michino.

Cuando llegó a la altura en que se encontraba el gato, extendió su mano acariciándole suavemente. Fue entonces cuando levantó los ojos Morrongo y se fijó bien en ella.

Era una niña muy bonita: Tenía un pelo muy negro y rizado, la cara redondita y unos ojos grandes también negros de mirada sosegada y muy profunda: Le infundió confianza.

La niña con mucho cuidado para que el gato no se asustase, iba acercándose y hablándole con voz queda y cariñosa. Cuando llegó junto a él se puso de rodillas y le cogió suavemente poniéndosele en el regazo.

El gato la miraba con ojos tiernos, iba perdiendo el miedo, empezó a ronronear para agradecerle las caricias de aquella niña tan hermosa en todos los aspectos.

Cuando la niña ya le tenía en brazos, vio el collar en su cuello y pudo leer su nombre: - ¡Así que te llamas Morrongo! Exclamó la niña: - Pues yo me llamo Bárbara -.

Se puso en pié Bárbara y cogiendo a Morrongo en brazos, se lo puso debajo de su abrigo para resguardarle del frío y que nadie se lo viese.

Echó a correr calle abajo, apretando a Morrongo junto a su pecho: Llegó a su casa toda sofocada debido a la carrera emprendida: Subió las escaleras de dos en dos –menos mal que no eran muchas, ya que se trataba de un adosado-: Llamó al timbre, y como siempre la abrió su mamá. Como no encendió la luz, no pudo ver el bulto que hacía el gato bajo su abrigo: Paso corriendo junto a su madre como un tornado diciéndola.- Buenas tardes mamá -. A la mamá no la dio tiempo a contestar: Bárbara se había metido en su cuarto y cerrado la puerta. Dejó sobre la cama a Morrongo, la cartera del colegio y el abrigo en una silla; dirigiéndose al gato le dijo:

- No te muevas dé ahí que voy a ver si convenzo a mamá para que te deje con migo: A mamá no le gustan los animales ¿sabes? y menos un gato negro por eso de la mala suerte, pero a lo mejor tú eres una excepción -.

Salió Bárbara de su dormitorio y se dirigió a la cocina, la dio un beso a su madre que se encontraba allí y sentándose en una silla junto a la mesa, la pidió la merienda.

- ¿Te has lavados las manos?.- La preguntó su madre.

- ¡No! La contestó.

- Pues lávatelas mientras te preparo el bocadillo.

Bárbara así lo hizo.

Una vez que se seco las manos, volvió a sentarse en la silla junto a la mesa, cogió el bocata y se dispuso a comer.

Oía a su mamá que la estaba diciendo algo - quizás regañándola – pero ella no le prestaba la debida atención, estaba demasiado preocupada pensando como le diría a su madre lo del gato, solo escuchó que no era forma de entrar como un burrito en casa.

Mientras tanto Morrongo en el dormitorio se estaba impacientando, ¡Se abrían olvidado de él!. Maulló por dos veces: - Miau, miau -. Y siguió esperando a que se acordasen de él.

- Bárbara al oírle, se atragantó con el trozo de bocadillo que en ese momento tenía en la boca. Su mamá la miró con cara de asombro y ojos interrogantes; al fin dijo:

- ¿Qué ha sido eso? .

- Bárbara levantándose de la silla y haciendo un tremendo esfuerzo, pudo tragar el trozo que tenía en la boca. Tartamudeando y con voz temblorosa, le fueron saliendo atropelladamente las palabras. Le contó como había sido el encuentro con el gato y para darle más dramatismo y emotividad, empezó a llorar amargamente. - ¡Con ese procedimiento mamá no se la resistiría! -.

La mamá se la quedó mirando a los ojos frente a frente y por ¡Fin! Las palabras mágicas: - Vamos a ver a esa maravilla de gato -. Pasó por delante de su mamá y la llevó hasta su habitación donde se encontraba Morrongo: - Por cierto, muy intranquilo por la suerte que pudiese correr -.

Bárbara abrió con mucho sigilo la puerta, para que Morrongo no se asustase. El gato seguía en la cama donde la niña le había dejado. Levantó un poco la cabeza y dio un maullido muy quedo y dulce – de esa manera daba las buenas tardes a las recién llegadas; tenía que demostrar que era un gato educado y dócil -.

La mamá de Bárbara se acercó hasta la cama y le acarició.

Morrongo agradecido la correspondió con un ronroneo suave; era la forma en que la daba las gracias por su acogida.

Pasaron unos segundos que a Bárbara le parecieron una eternidad, hasta que oyó decir a su mamá:

- Parece muy cariñoso y bien enseñado, si papá no opina lo contrario puedes quedártelo. Súbelo a la buhardilla y ponle unos cacharros para el agua y la comida, también una caja con aserrín para sus necesidades.

Bárbara, feliz y contenta obedeció a la primera haciendo lo que había dicho su mamá.

Cogió a Morrongo entre sus brazos y subió las escaleras. Abrió la puerta de la buhardilla y entró. Depositó al gato en el suelo, buscó entre los baúles y armarios hasta encontrar dos cacharros adecuados para ponerle la comida y el agua. Después estuvo mirando y también encontró una caja (muy adecuada) para que Morrongo hiciese sus necesidades una vez que la rellenase con aserrín. Le preparó un cojín, para que le sirviese de cama. Cuando lo tuvo todo preparado, cogió a Morrongo y le fue enseñando donde tenía cada cosa: El gato parecía entenderlo, ya que bebió un poco de leche que le había puesto Bárbara y después se introdujo en el cajón para hacer pis; seguidamente se marchó al cojín, donde después de dar varias vueltas, al final cogió postura y se puso a dormir, no sin darle un maullido muy suave a Bárbara, en señal de agradecimiento. La niña antes de irse abrió una ventana no muy grande que tenía el recinto diciendo: - Así no olerá a gato y mamá no podrá decir que huele mal. Cerró la puerta marchándose escaleras abajo muy contenta.

Morrongo mientras tanto pensaba que había tenido mucha suerte en encontrarse con aquella niña, tan guapa y buena. Se salió del cojín y empezó a recorrer toda la estancia, se subió a la ventana y contemplo el paisaje. Sólo había tejados, por los cuales se paseaban gatos, los saludo desde donde se encontraba, ellos a su vez también le saludaban. - Aquella casa le gustaba; iba a ser muy feliz.

Transcurrieron los días, semanas y meses. Él no bajaba para nada de su cuartel general, allí lo tenía todo: Buena comida, agua, su cajón y su cama. Se hizo amigo de todos los gatos del tejado, como era el más educado le nombraron jefe y le respetaban como a tal. Un día que se encontraba sentado en su puesto de mira –la ventana- Pasó por delante de él, una hermosísima gatita, toda blanca, era preciosa. Se miraron a los ojos fijamente y se enamoraron locamente.

Al poco tiempo se casaron, acudieron todos los gatos del barrio, fue una boda gatuna inolvidable. Se despidieron de todos sus invitados y se fueron a dormir.

Cuando subió Bárbara para ponerle la comida, agua y asearle el cajón, descubrió a la nueva inquilina, enseguida comprendió que era la esposa de Morrongo, se puso muy contenta y dijo: - Caramba, caramba, que novia tan guapa – La llamare Morronguita. Dicho esto se marchó, dejándolos solos y tranquilos.

Barba se lo comunicó a su mamá: La mamá no dijo nada, lo cual quería decir que lo aprobaba.

Al poco tiempo Morrongo y Morronguita, tuvieron dos hijitos, tan guapos como sus papás. Era una familia gatuna muy feliz. Por la noche se les solía ver sentados en la ventana uno junto al otro con un hijo a cada lado de la pareja, mirando la luna y las estrellas, disfrutando de su suerte.

Bárbara se encontraba feliz y contenta pues no solo tenía un gato ¡sino cuatro!.

Y así acaba la historia de Morrongo, un gato con suerte y muy FELIZ.



FIN

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ahí estaba yo


Ahí estube, ahí....... solo, solo, solo. Olvidaron regresar lo que fué dado. Olvidaron.